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lunes, 9 de enero de 2023

lágrimas secas.

El año arranco, y yo parecí quedarme atrás mirándolo irse, con una incontrolable desazón en la mirada. Es que llevo los huesos cansados, el alma estropeada por las golpizas de la vida y un corazón que aun no acepta las curitas: las desplaza, las repele, las expulsa. Dejando la grieta abierta una y otra vez. 
Aún no sé detenerme las hemorragias. Por mas que embravecida salgo corriendo, para intentar agarrar, a los manotazos, un cacho de tela, una remera vieja, un repasador incluso hasta una bombacha. 
Nunca
logro
 llegar a tiempo para contener el desastre. La sangre sigue corriendo cual cauces de lava por el living, mientras mi mente podrida sigue respirando los mismos fantasmas que hace años dejan un hedor, una nube de podredumbre que me acecha cada vez que se hace de noche en el alma. 

Cuando la muerte/descomposición/putrefacción emocional se instala en mi cuarto, hay condiciones que trae consigo, como si fuera un juego de caja, tiene sus reglas, su tablero, sus casillas y sus movimientos. Ademas de una estrategia ineludible de unx (el espíritu roto) y de sus oponentes (los fantasmas malolientes). Una de mis estrategias, desde hace años, es arroparme desesperadamente en las músicas que hacen llorar el alma. Y de esta manera hacerles saber a los fantasmas malolientes que mas allá de ellos hay un mundo de grietas y congojas que estrujan las tristezas. Básicamente para poder mirarles a la cara y cantarles con todas las fuerzas que le quedan a unos huesos cansados: NO TE CREAS TAN IMPORTANTE. Y respirar, por unos minutos, la satisfacción de haber ganado al menos una batalla de la guerra. Una guerra fría, y con un oponente complicado.
Y bueno, así sigo, descubriendo nuevas estrategias de juego, perdiendo partidas, ganando otras, gastando t i e m p o / e n e r g i a en intentar detener la psicosis emocional.

A, se me olvidaba contarles que en lo que va de estos nueve días de este nuevo año, no he podido llorar a lágrima tendida, que la única vez que el agua se asomo por mis retinas fue estando en su pecho: una lloradita raquítica y lamentable. Poco honrosa. Sin la dedicación que se merece. Es que los fantasmas malolientes andaban ahí, corriendo por toda la casa, riendo al verme. No podía darles el lujo de regalarles una carcajada. Por eso, creo, me estoy guardando la congoja. 

Para cuando me quede sola, nuevamente, en mi delirio.














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